Título napolitano concedido por Felipe II de España a su amigo y consejero Ruy Gómez de Silva (1516-73). Este portugués vino a España de niño con el séquito de Isabel de Portugal, esposa de Carlos I; vivió en la corte española como paje y fue amigo de juegos del príncipe Felipe. Cuando el príncipe tuvo casa propia, Ruy Gómez fue uno de sus gentileshombres de cámara (1548).
Convertido Felipe en rey, siguió confiando en su amigo para múltiples misiones, nombrándole consejero de Estado y de Guerra, mayordomo y contador del príncipe Carlos. Tan grande fue su influencia en la corte, que se hablaba de un «partido ebolista» que le disputaba el poder al del duque de Alba; ambos grupos constituían redes clientelares rivales, enfrentadas por cuestiones como la sublevación de los Países Bajos (que Éboli prefería solucionar por la vía del compromiso, mientras que Alba confiaba más en la fuerza).
Además de príncipe de Éboli, Ruy Gómez fue nombrado por el rey duque de Pastrana (1572), señorío de la Alcarria donde estableció su mayorazgo. El propio rey arregló su matrimonio en 1559 con Ana Mendoza de La Cerda (1540-92), hija del príncipe de Mélito, virrey del Perú. La que desde entonces fue princesa de Éboli se situó bien en la corte, trabando amistad con la reina Isabel de Valois.
Al quedar viuda en 1573, ingresó en un convento, donde llevó una vida impropia de una monja. Felipe II intervino para sacarla de allí y ponerla a administrar la cuantiosa herencia de sus hijos. La leyenda que le atribuye haber sido amante del rey no parece cierta; tampoco resulta probable que fuera amante de Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, de quien la princesa se sirvió para acrecentar su influencia política.
Las rivalidades en la corte que culminaron en 1578 con el asesinato de otro secretario real, Escobedo, llevaron a la cárcel tanto a Antonio Pérez como a la princesa de Éboli (1579). Mientras el primero era procesado y torturado y escapaba a Aragón, dando lugar a graves conflictos entre las instituciones aragonesas y la Corona (1590), la princesa permaneció encerrada en Pinto y en Santorcaz, hasta que el rey le permitió retirarse a su villa de Pastrana (1581). Sin embargo, había sido privada de la tutela de sus hijos, acusada de prodigalidad.
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